BREVE ANÁLISIS DE LOS FLUJOS MIGRATORIOS MUNDIALES ACTUALES
En el presente artículo vamos a encargarnos de hacer un análisis general de la situación por la que atraviesan en la actualidad los flujos migratorios mundiales para, así, dilucidar la dinámica internacional a la que obedecen y el contexto en el que estos se producen.
El contexto demográfico mundial
Las migraciones son algo recurrente a lo largo de la historia de la humanidad. Sin embargo, las migraciones en la actualidad han adoptado un carácter completamente diferente, sobre todo por el contexto en el que tienen lugar. Nos referimos fundamentalmente a las condiciones que hoy ofrece la demografía mundial, pero también al entorno que ha generado el sistema de Estados por un lado, y por otro lado el sistema capitalista global. Por todo esto los flujos migratorios han adoptado un carácter específico que los diferencia claramente de las migraciones prehistóricas cuando los humanos, todavía en su fase de sociedades cazadoras-recolectoras, se desplazaban de un lugar a otro en busca de su sustento en unas condiciones de relativa armonía con el ecosistema.
Así pues, lo primero que hay que apuntar en relación a las condiciones demográficas actuales es que los flujos migratorios no obedecen a la superpoblación del planeta o de ciertas regiones, como pretende hacer creer la ONU. La supuesta bomba demográfica africana, y las proyecciones de crecimiento exponencial de la población mundial, son erróneas a tenor de las últimas investigaciones que se han llevado a cabo sobre esta cuestión.[1] De hecho, si se presta atención a los datos demográficos de las últimas décadas, especialmente a partir de 2000, se podrá comprobar que se ha producido en un descenso de la tasa de fertilidad en todo el planeta, lo que incluye al continente africano.
Lo anterior es especialmente preocupante para las principales potencias del sistema internacional, debido a que ello socava de manera considerable su potencial futuro a la hora de competir con éxito frente a sus rivales. Así, comprobamos cómo las sociedades europeas están inmersas en un proceso de envejecimiento acelerado que las va a diezmar económica y fiscalmente en el futuro próximo. Lo mismo cabe decir de China, donde la política de hijo único ha producido estragos demográficos que ahora el partido comunista de aquel país intenta subsanar. Mientras que Japón y Corea, al igual que las sociedades europeas, están entre los países con la tasa de fertilidad más baja del planeta, y por lo tanto se encuentran sumidos en la denominada trampa demográfica que es una situación irreversible en lo poblacional al afirmarse que ninguna sociedad ha logrado revertirla. Por su parte, EEUU tiene una tasa de fertilidad de 1,87 hijos por mujer, por debajo de la tasa de reposición que se ubica en los 2,1. Mientras que Rusia asiste a un proceso de despoblamiento con unas proyecciones muy sombrías para 2050 que arrojan una pérdida poblacional de 30 millones de habitantes.
Si se examinan con cuidado los datos que hay disponibles podrá comprobarse que, además de un claro retroceso demográfico en la mayor parte del planeta, en el continente africano, y más concretamente en la región al sur del Sahara, está produciéndose un importante declive en las tasas de fertilidad. Si hace aproximadamente una década las tasas de fertilidad más elevadas del continente africano, y por extensión del conjunto del mundo, se situaban en un rango que iba de los 6,05 hijos por mujer en Angola a los 7,68 de Níger, y que comprendía 10 países, en 2018, por el contrario, tan sólo hay 2 países con una tasa superior a los 6 hijos por mujer que son Níger y Angola, mientras que los 11 países siguientes con las mayores tasas de fertilidad del planeta tienen unos índices que van de los 5,93 de Burundi a los 5 de Liberia. Así pues, se han producido caídas significativas de las tasas de fertilidad en países como Etiopía, República Democrática del Congo, Kenia, Burkina Faso, Mali, etc., que nos permiten hablar de un franco declive e incluso de un desplome demográfico en estas sociedades. Se trata de una tendencia que tiene un recorrido de al menos dos décadas y que no parece que vaya a cambiar en un futuro inmediato.[2]
En cuanto al resto de países la situación no ha dejado de empeorar en los últimos años con un declive de la fertilidad. Esto lo encontramos, por ejemplo, en regiones como Sudamérica donde son pocos los países en los que está garantizado el reemplazo generacional. Así, únicamente Bolivia, Argentina, Ecuador y Perú están en una orquilla de entre 2,1 y 2,5 hijos por mujer. Asimismo, en Centroamérica está en curso un proceso de envejecimiento de la sociedad como así lo evidencia el significativo descenso de la tasa de fertilidad en estos países. Mientras que en el norte de África, sociedades como la marroquí o la argelina están demográficamente agotadas como consecuencia de la migración de sus habitantes a países de Europa durante décadas.[3]
A tenor de lo hasta ahora expuesto podemos afirmar que en líneas generales, como así indican las cifras antes expuestas junto a otros datos disponibles, nos enfrentamos a un escenario de progresivo envejecimiento de la población mundial que se combina, asimismo, con un descenso de la tasa de natalidad a nivel planetario al haber pasado de los 5,2 hijos por mujer a 2,4 en 2015.[4] Esto, a diferencia de lo que pudiera pensarse, va a contribuir a incrementar la inestabilidad mundial y a ser una importante fuente de conflictos para las grandes potencias al estar cada vez más necesitadas de mano de obra para sostener su poder militar y estructuras de dominación.
Los flujos migratorios mundiales en la actualidad
En la medida en que las potencias más importantes del sistema están sumidas en un infrenable envejecimiento, la necesidad de abastecerse de mano de obra extranjera no ha dejado de crecer en los últimos tiempos. La razón es muy obvia, el envejecimiento genera problemas fiscales a largo plazo debido a que la proporción de jubilados es mayor de la que puede soportar la mano de obra asalariada, a lo que cabe añadir el enorme gasto social que se da en Europa, circunstancia que el propio envejecimiento se encarga de agravar.
En el terreno fiscal, entonces, el panorama es cuando menos sombrío. Pero tampoco hay que olvidar que la expansión del Estado, con la creación de nuevas estructuras y el desarrollo de las ya existentes, lo que ha redundado en un aumento del número de funcionarios, ha ahondado aún más esta situación. Asimismo, este proceso ha sido ayudado por el crecimiento de los presupuestos militares y las ingentes inversiones en tecnología militar de última generación en el contexto de la lucha geopolítica internacional que mantienen las grandes potencias. De esta manera se da una combinación de unas hipertrofiadas estructuras de dominación con un escenario de competición geopolítica que exige crecientes inversiones en materia armamentística, lo que, a su vez, significa una mayor presión sobre la economía y la fuerza de trabajo sobre los que se sustentan los ejércitos y el aparato de dominación estatal. Inevitablemente esto conlleva una demanda de mano de obra con la que abastecer la maquinaria capitalista que alimenta al complejo militar-industrial, lo que se traduce en la importación de trabajadores y, por tanto, el drenaje de los recursos humanos de los países del sur.
La mayoría de países del norte se han enfrascado e una dinámica autodestructiva que les ha llevado a optar por una huída hacia adelante al importar mano de obra barata de otros países. Esta circunstancia es la que va a hacer que en las próximas décadas África se convierta en un escenario candente para los intereses estratégicos de las grandes potencias. Esto será así no tanto por sus valiosos recursos naturales, sino sobre todo por su población al ser el único lugar del planeta en el que se dan todavía unas tasas de fertilidad elevadas, a pesar de que la población africana únicamente representa el 15% de la población mundial, y que por ello mismo las posibilidades de abastecer de mano de obra a los demás Estados son muy limitadas. Esto será lo que contribuya a agudizar la competición internacional.
La situación es incluso peor de lo que se piensa, pues no suele tenerse en cuenta que los países africanos están viviendo en algunos casos importantes procesos de transformación interna a medida que desarrollan un tejido industrial propio y se urbanizan. Esta circunstancia es la que los convierte en demandadores de mano de obra. Esto es lo que ya ocurre en países como Kenia o Nigeria, lugares en los que existe un importante crecimiento económico que impulsa esa demanda que atrae a cada vez más trabajadores foráneos. Y algo parecido cabe decir de Sudáfrica que en los últimos años ha importado mano de obra de los países vecinos, sobre todo Mozambique, para explotar sus minas y extraer los recursos naturales de los que dispone.
Los centros de poder en el sistema capitalista mundial no pueden subsistir a largo plazo si no cuentan con la mano de obra precisa. Necesidad que de no ser satisfecha a tiempo de manera adecuada repercute en un descenso de la productividad y en problemas fiscales gravísimos para el Estado al no encontrar el modo de financiar sus aparatos de dominación, así como tampoco la competición geopolítica internacional en la que está inmerso. Por esta razón la inmigración es de vital importancia para mantener en marcha la economía y el crecimiento, así como todas las estructuras que sobre las que se organiza el poder del Estado en la esfera doméstica e internacional.
Además de lo anterior la escasez de fuerza de trabajo únicamente servirá para disparar los costes de producción y arruinar la competitividad de las empresas europeas. No hay que olvidar que la importación de trabajadores foráneos cumple múltiples objetivos de manera simultánea. Por un lado aumenta la capacidad de producción al haber más mano de obra disponible, pero igualmente sirve para abaratar esa misma mano de obra a través de los salarios y del empeoramiento de las condiciones laborales. Por otra parte recibir población foránea constituye un ahorro para el Estado receptor, pues se trata de personas cuyos gastos de crianza y educación han sido costeados en sus países de origen. En otro lugar, y no por ello menos importante, la llegada de estos trabajadores contribuye a aplazar en el tiempo las consecuencias negativas del envejecimiento general de la sociedad, a la vez que supone un aumento de la base tributaria del Estado. En este sentido los trabajadores provenientes de los países del sur son de una gran importancia para apuntalar el aparato de producción económica, mantener, y en la medida de lo posible aumentar, los niveles de productividad, y sostener al complejo militar-industrial que sustenta la competición geopolítica internacional.
Por tanto, los flujos migratorios mundiales actuales se ubican en este complejo e inquietante contexto histórico e internacional lleno de incertidumbres, y son el resultado de una demanda de mano de obra barata de los principales centros de poder mundial. Esto explica, por ejemplo, que desde el interior del continente africano se hayan desarrollado diferentes rutas por las que transitan miles de inmigrantes todos los años con rumbo a Europa, y más concretamente a los centros del poder económico y político del capitalismo europeo. Nos referimos concretamente a Francia, Reino Unido, Bélgica, Alemania, Países Bajos y Escandinavia.
Lo anterior es también aplicable para el caso de Norteamérica, y más específicamente a EEUU, con Centroamérica. Así, vemos cómo miles de personas atraviesan América central para llegar a la frontera de EEUU que es un demandante de mano de obra barata para sostener su economía, y sobre todo su maquinaria militar para la que el aporte de trabajadores foráneos resulta fundamental para su funcionamiento. No nos referimos únicamente al aparato productivo que alimenta al Pentágono, sino también al propio ejército donde se encuentran numerosos extranjeros alistados con la esperanza de conseguir a cambio la ciudadanía estadounidense. Fenómeno no muy distinto del caso de los ejércitos europeos donde una creciente proporción de foráneos componen el grueso de la tropa.
En otro lugar encontramos el caso de Rusia que hace acopio de mano de obra barata con la importación de trabajadores procedentes de las antiguas repúblicas soviéticas de Asia central, así como de países de su periferia más inmediata. Todo esto obedece a una alarmante pérdida de población, especialmente en la zona asiática del país, y a unas políticas natalistas del Estado que no terminan de funcionar. Estas circunstancias ya han conducido a esta potencia a buscar acopio de trabajadores en Sudamérica, y pronto también en otras regiones del planeta como África.
Pero lo mismo tenemos que decir acerca de China, país en el que las políticas antinatalistas han desencadenado unos desequilibrios internos que ahora tienen difícil solución. Esto explica que se haya convertido en un importador de mano de obra, como así lo demuestra la afluencia de trabajadores del sudeste asiático a los centros de producción radicados a lo largo de la costa china. Unido a esto China ha orientado su política exterior cada vez más hacia África, lugar en el que ha logrado establecer alianzas con diferentes países a cambio de ligarles a sus intereses. Nos referimos tanto a la instalación de empresas, generalmente dedicadas a la extracción de recursos naturales, como a bases militares, tal y como sucede con Yibuti.[5] Y no menos desdeñables son las pretensiones de desarrollar una ruta comercial de la seda a través de África, lo que indudablemente responde a la clara intención de establecer en aquel continente su propia esfera de influencia que, como empieza a verse, implicará un aumento de la importación de trabajadores africanos.
Conclusiones
El s. XXI será, a tenor de todo lo hasta ahora expuesto, un siglo marcado por la inestabilidad y las rivalidades entre las grandes potencias en un escenario en el que el multipolarismo será cada vez más evidente. Los desequilibrios demográficos de estas potencias impulsará la lucha por el control y reorganización de los flujos migratorios, y por tanto agravará las disputas en torno a sus respectivas esferas de influencia.
El trabajo es, en definitiva, el combustible que alimenta al motor de la economía capitalista para mantener en marcha la maquinaria militar de los Estados más poderosos del sistema internacional. Dado el contexto demográfico mundial actual esto hará que la competición geopolítica se centre en el control de África a medida que otros reductos demográficamente pujantes se agoten, como es el caso de Centroamérica o el sudeste asiático. Esto es lo que hará cada vez más probable lo que los angloparlantes llaman un “free-for-all” entre los principales Estados, sobre todo a medida que la necesidad de mano de obra se agudice fruto de los desafíos impuestos por la dinámica de la competición internacional en el terreno militar y armamentístico.
Notas:
[1] Nos referimos a estudios recientes como el de Bricker, Darrell J. y John Ibbitson, El planeta vacío: El shock del declive de la población mundial, Barcelona, Ediciones B, 2019. Pero también encontramos otros estudios, de 2012 y 2008, que apuntan en la misma dirección. Yoshihara, Susan y Douglas A. Sylva (eds.), Population Decline and the Remaking of Great Power Politics, Washington D.C., Potomac Books, 2012. Jackson, Richard et alii (eds.), The Graying of the Great Powers: Demography and Geopolitics in the 21st Century, Washington D.C., Center for Strategic and International Studies, 2008
[2] Toda esta información está extraída del World Factbook de la CIA de los años indicados: 2018, 2010 y 2000. https://www.cia.gov/library/publications/resources/the-world-factbook/ Consultado el 8 de agosto de 2019
[3] Los datos sobre los que se basan estas afirmaciones están extraídos del ya citado World Factbook de la CIA.
[4] Rodrigo Mora, Félix, Erótica creadora de vida. Propuestas ante la crisis demográfica, Madrid, Potlatch Ediciones, 2019, p. 16
[5] French, Howard W., “The Next Empire” en The Atlantic, mayo de 2010. https://www.theatlantic.com/magazine/archive/2010/05/the-next-empire/308018/ Consultado el 24 de agosto de 2019. Kaplan, Robert D., La venganza de la geografía, Barcelona, RBA, 2017, p. 283
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