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INTRODUCCIÓN A LOS DEBATES EN LAS RELACIONES INTERNACIONALES

 

En este artículo nos vamos a encargar de hacer una introducción general a los debates que han marcado el desarrollo histórico de las relaciones internacionales como disciplina. Esto servirá para tener una imagen panorámica de la evolución que en el plano teórico e intelectual se ha producido a lo largo del último siglo. Por esta razón el presente texto únicamente pretende ser una guía breve que brinde una imagen global de la historia de la disciplina.

La historia de las relaciones internacionales se explica a través de, al menos, cuatro debates diferentes que enumeramos aquí para, a continuación, explicarlos someramente y a grandes rasgos. El primer debate fue el que enfrentó a idealistas y realistas en el periodo de entreguerras. El segundo debate se produjo entre tradicionalistas y behavioristas. El tercer debate es el conocido como debate interparadigmático en el que se enfrentaron diferentes paradigmas: el realista, el de la interdependencia y el neomarxista. Y finalmente el cuarto debate que enfrentó a racionalistas y reflectivistas.

 

El primer debate: idealistas versus realistas

 

Antes que nada hay que señalar que la etiqueta de idealista, o de idealismo como corriente teórica en las relaciones internacionales, fue acuñada por los autores realistas del periodo de entreguerras para referirse a aquellos intelectuales que de un modo u otro estaban adscritos a una línea de pensamiento favorable al derecho internacional, a la idea de sociedad internacional, y consecuentemente a la regulación de la vida internacional a través de los principios de buena fe además del arreglo pacífico de las controversias entre países.

Aunque ya durante la Gran Guerra hicieron aparición diferentes obras que son el reflejo de esta tendencia intelectual de la época en las relaciones internacionales, no fue hasta el final de este conflicto que hizo aparición con especial fuerza al tomar forma en diferentes iniciativas como la creación de la Sociedad de Naciones. En cualquier caso destacan diferentes autores que hicieron sus respectivas aportaciones, como son G. Lowes Dickinson, Leonard Woolf, Jan Smuts, H. N. Brailsford, Arthur Ponsonby, y de manera especial Alfrez Zimmern con su obra principal del idealismo titulada The League of Nations and the Rule of Law.[1] Otros idealistas de renombre fueron el presidente estadounidense Woodrow Wilson, además de otros conciudadanos suyos como Pitman Potter, Parker T. Moon y James T. Shotwell entre otros.

Ciertamente estos autores hicieron algunas aportaciones importantes en su tiempo que reflejan el modo en el que entendían las relaciones internacionales, y más concretamente las instituciones recortas del orden internacional vigente hasta el desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial. En lo que a esto respecta es interesante constatar cómo cuestionaron principios como la soberanía del Estado, el equilibrio de poder, la diplomacia tradicional, las carreras de armamentos, etc. Para todo esto presentaron sus particulares propuestas que por lo general pasaban por el establecimiento de organizaciones internacionales encargadas de regular las relaciones entre países. Todo esto formaba parte de su aspiración a conseguir la pacificación del mundo, para lo que no dudaron en abogar por el derecho internacional, las instituciones internacionales y las mutua buena fe en las relaciones entre países como fundamento para el logro de la paz mundial. Esto es lo que les condujo a supeditar el interés de los Estados a lo que concebían como el interés internacional del que las organizaciones internacionales eran sus depositarias, pero que nunca llegaron a definir con claridad en qué consistía.

El realismo, por el contrario, se diferencia del idealismo en el modo de entender la realidad internacional como un entorno marcado por la mutua hostilidad y competición entre países debido a que estos tienen un interés nacional diferente que es el que orienta su comportamiento. Esto es lo que hace que el Estado sea considerado el actor central de las relaciones internacionales, y que estas últimas estén marcadas por la política de fuerza debido a la ausencia de un ente regulador por encima de las naciones. De esto se deriva, entonces, una concepción de la denominada sociedad internacional marcada por la jerarquización del poder, las relaciones de dominación y subordinación, la competición, el conflicto y el periódico uso de la fuerza para resolver las diferencias entre países. Entre los principales autores del realismo clásico encontramos a Edward H. Carr y a Hans S. Morgenthau.[2]

Mientras los idealistas apostaron durante la etapa de entreguerras por el fortalecimiento y consolidación de las organizaciones internacionales como espacio en el que resolver las diferencias entre países de un modo pacífico, lo que les condujo a ser partidarios de políticas de apaciguamiento frente a las potencias expansionistas del momento, como Alemania, Italia o Japón, los realistas adoptaron una postura diferente. En lo que a esto se refiere asumieron la necesidad de utilizar la fuerza y la astucia para frenar a dichas potencias, y garantizar al mismo tiempo el interés nacional definido en términos de poder.

El estallido de la Segunda Guerra Mundial puso fin a este debate y sirvió para confirmar muchas de las suposiciones y planteamientos de los realistas, lo que hizo que el idealismo abandonase de manera definitiva la escena de la disciplina de las relaciones internacionales.

 

El segundo debate: tradicionalistas versus behavioristas

 

A diferencia del primer debate, este segundo debate se centro sobre todo en cuestiones metodológicas relativas al modo de estudiar las relaciones internacionales. Esto es lo que condujo a un enfrentamiento intelectual entre los partidarios de una metodología de corte humanista, que tomaba de referencia la historia, y cuyos exponentes se concentraban sobre todo en Gran Bretaña, y aquellos otros que, por el contrario, eran partidarios de un enfoque cientificista, de corte positivista, y que han sido conocidos como conductistas o behavioristas.

Intelectualmente este debate fue más fértil que el que le precedió, pues estableció la discusión en torno a la redefinición conceptual de la “teoría” en la medida en que diferentes autores, como ocurrió con los conductistas, afrontaron el reto de intentar dotar a dicho término un carácter más científico, y por extensión al conjunto de la disciplina. En líneas generales los conductistas trataron de aplicar la metodología de las ciencias duras o naturales a este ámbito, lo que les condujo a desechar el enfoque humanista que hasta entonces había prevalecido, pues consideraban que a partir de la premisa del carácter contingente de las relaciones internacionales es imposible alcanzar ninguna validez científica en las investigaciones. Por tanto, el conocimiento es imposible si este trata de ser fundamentado en la singularidad histórica. Debido a esto los conductistas adoptaron una epistemología positivista que se concretó en la aplicación de métodos cuantitativos con el propósito de hacer de la disciplina un cuerpo de conocimientos más sistemático.

Así es como los behavioristas echaron mano de diferentes procedimientos a la hora de abordar el estudio de la realidad internacional. Destaca la matematización con la que trataron de reducir a categorías cuantitativas el discurso, pero además de esto no dudaron en recurrir a la computación y a la interdisciplinariedad por medio de la cibernética, la teoría general de sistemas, la economía, etc. Existía la clara voluntad de abordar la realidad de un modo que permitiese la dilucidación de regularidades y pautas en su funcionamiento interno para examinarlas con exhaustividad para, de esta manera, establecer relaciones de causa y efecto de las que inducir leyes. Todo esto estaba dirigido a predecir comportamientos en el futuro al considerar que esto es parte inherente de toda ciencia verdadera.

Lo anterior contrasta con el enfoque tradicionalista o humanístico al juzgar la realidad sobre la base de valores o de juicios apriorísticos hechos sobre la naturaleza del ser humano o de las instituciones. Esto hacía que las cuestiones que pretendían responder fuesen sobre asuntos que eran abordados a través de la reflexión filosófica. Por este motivo el método utilizado era el conocimiento racional supraempírico o el conocimiento intuitivo. Los autores de esta corriente, en general, demostraron bastante escepticismo acerca de los métodos que eran introducidos por los conductistas, pues la utilización de estándares estrictos de verificación y de prueba sólo servían para producir resultados irrelevantes respecto a las relaciones internacionales.[3]

La polémica sobre metodología desarrollada en el marco del segundo debate era parte de un fenómeno más amplio que era el de la implantación del positivismo en las ciencias sociales. A tenor de los resultados de aquel debate cabe decir que terminaron imponiéndose las perspectivas behavioristas, lo que condujo a la asunción de una epistemología positivista que desde entonces hasta la actualidad ha ostentado una posición dominante en el modo de abordar el estudio de las relaciones internacionales. Cabe añadir que entre los principales autores partidarios de esta innovación que estaba generalizándose en el conjunto de las ciencias sociales fueron, entre otros, James Rosenau, Morton A. Kaplan o Karl Deutsch.

 

El tercer debate o debate interparadigmático

 

Si el segundo debate se extendió de la década de 1950 hasta la de 1970, el tercer debate dio comienzo en la década de 1970 para extenderse en durante los años siguientes. Fue durante este periodo que llegó a implantarse el propio concepto de debate interparadigmático a la hora de describir la situación de la disciplina.

El tercer debate no puede entenderse sin hacer referencia a la influencia que tuvo en el mismo la obra e ideas de Thomas S. Kuhn sobre las ciencias sociales,[4] y cuyo modelo teórico se trasladó a las relaciones internacionales. La importancia de la obra de Kuhn radica en el hecho de que contribuyó a repensar la ciencia y, en cierto modo, también a ofrecer un nuevo marco intelectual para el desarrollo de la actividad científica en el campo de las relaciones internacionales. En lo que a esto se refiere la introducción del concepto paradigma fue fundamental para explicar el proceso de cambio y evolución de la ciencia.

La influencia de Kuhn se reflejó en el modo de concebir no sólo las ciencias sociales sino de manera más específica las relaciones internacionales, pues estimuló diferentes reflexiones sobre la elaboración de teorías y el modo en el que se interpreta y explica el mundo. Significó, en definitiva, la problematización de la relación entre teoría y práctica en la producción de conocimiento, y que el concepto paradigma recompuso de una manera específica para explicar los cambios que se han producido a lo largo de la historia a la hora de explicar la realidad.

El planteamiento de Kuhn fue importante para las relaciones internacionales porque sirvió, también, para reconceptualizar el estado de la disciplina en un momento histórico en el que el realismo, que había sido la corriente intelectual dominante en este ámbito, comenzaba a dar muestras de debilidad a la hora de explicar ciertos fenómenos. En este contexto es en el que aparecieron otras corrientes intelectuales, o paradigmas, que intentaron ofrecer explicaciones para aquello que el realismo no ofrecía ninguna respuesta convincente. Todo esto condujo, en definitiva, al cuestionamiento del paradigma dominante y la formulación de nuevas y diferentes conceptualizaciones e ideas acerca de los actores, las imágenes del mundo y los procesos clave en las relaciones internacionales ha provocado el cuestionamiento del paradigma realista.

En el ámbito académico de las relaciones internacionales se tomó conciencia de que había anomalías que el realismo no podía resolver, y que esto sólo sería posible con la adopción de una nueva visión del mundo y de los problemas que en él son relevantes. Por tanto, el problema de fondo que se encuentra en el desarrollo de nuevos paradigmas y en el debate que se produce entre ellos es cómo explicar los cambios que se producen en las relaciones internacionales y el alcance de los mismos. En este sentido los nuevos paradigmas hicieron de la noción de cambio su razón de ser con la que inauguraron el tercer debate.[5]

En general nos encontramos con que en el tercer debate los diferentes autores partieron de premisas distintas que les condujeron a conclusiones dispares. Esto se refleja con especial claridad en la unidad privilegiada de análisis, la imagen del mundo y la problemática central de estudio que adoptó cada paradigma, a lo que cabría sumar los factores claves de las relaciones internacionales en cada caso. Esto nos lleva a hacer un repaso sintético de sus principales características de un modo comparado, a pesar de que por el camino nos dejaremos muchos matices e información.

Para el realismo la unidad privilegiada de análisis es el Estado, mientras que para el paradigma de la interdependencia son los actores no estatales como las organizaciones internacionales, pero igualmente las corporaciones transnacionales, las ONG’s, las entidades subestatales, etc., lo que hace que el papel del Estado sea comparativamente mucho menor en su modo de enfocar la realidad internacional. El neomarxismo, en cambio considera su principal unidad de análisis el capitalismo mundial, siendo los actores más destacados de las relaciones internacionales el capital financiero, comercial y productivo internacional encarnado por empresas transnacionales, la banca internacional y los organismos internacionales, a los que hay que añadir las clases sociales, los Estados en su condición de instrumentos al servicio del capital, y las ONG’s.[6]

En lo que se refiere a la imagen o visión que estos paradigmas tienen de la sociedad internacional cabe decir que el realismo la considera anárquica, centrada en el Estado y de carácter conflictivo, donde impera la hostilidad y la competición como resultado de los intereses nacionales contradictorios de los países. El paradigma de la interdependencia, en cambio, contempla la esfera internacional en términos globales, como una realidad multicéntrica, interdependiente, en la que se dan procesos de cooperación e integración, aunque también de conflicto. El neomarxismo, por su parte, tiene una perspectiva diferente que enfatiza la desigualdad, las relaciones de dominación y la explotación de la sociedad internacional al estar integrada conforme a la expansión del capitalismo a escala planetaria.

En cuanto a los problemas centrales de análisis de cada paradigma, el realismo presta especial atención a las cuestiones de seguridad nacional, y más concretamente a las causas de la guerra, la disuasión, el equilibrio de poder, la hegemonía e influencia, el orden, la paz como ausencia de guerra, etc. En el paradigma de la interdependencia, en cambio, las cuestiones que centran la atención son la cooperación e integración, tanto política como económica y social, además de la resolución de conflictos, la ecología y el medio ambiente, o los derechos humanos entre otros. En el neomarxismo, por su parte, las principales preocupaciones son el desarrollo y el subdesarrollo, la explotación Norte-Sur, la violencia estructural en sus diferentes formas (militar, política, económica, cultural, etc.), los regímenes internacionales, la justicia social, o la transformación del poder mundial.

Por último, y en lo que se refiere a los factores claves de las relaciones internacionales según cada paradigma, nos encontramos con que en el caso del realismo es el interés nacional. Este se define en términos y relaciones de poder militar, político, económico, cultural, demográfico, tecnológico, etc. En el paradigma de la interdependencia el factor decisivo son las relaciones de interdependencia compleja que mantienen los países entre sí por medio de canales múltiples, la agenda política internacional y la fuerza militar, a lo que hay que sumar otros elementos no menos destacables como la economía, el medio ambiente, los recursos naturales o el comercio internacional que son, todos ellos, ámbitos en los que también se producen relaciones de interdependencia. En el neomarxismo es la dinámica estructural de la economía-mundo, junto a la división internacional del trabajo y el comercio internacional los factores decisivos de las relaciones internacionales, y que por ello ayudan a explicarlas.

 

El cuarto debate: racionalistas versus reflectivistas

 

El cuarto debate se gestó en la década de 1980 pero no fue hasta la década siguiente que llegó a eclosionar y a sacudir los cimientos de la propia disciplina. Se trata de un debate complejo que en líneas generales enfrentó a racionalistas y a reflectivistas, y que giró fundamentalmente en torno al cuestionamiento que estos últimos hicieron de las bases teóricas, ontológicas y epistemológicas sobre las que históricamente se había basado la disciplina en el desarrollo de sus investigaciones. Inevitablemente esto condujo, asimismo, a una redefinición de la propias relaciones internacionales en lo relativo a su objeto de estudio y razón de ser.

Durante la década de 1980 el realismo se convirtió en neorrealismo y el liberalismo, o también paradigma de la interdependencia compleja, se convirtió en institucionalismo liberal. Ambos protagonizaron una síntesis racionalista en el modo de entender las relaciones internacionales que fue el resultado de la convergencia de autores de una y otra tendencia fruto del diálogo que mantuvieron durante esta época.[7]

Aunque el tercer debate estuvo inspirado por ciertos desarrollos que tuvieron lugar en el terreno filosófico, y más específicamente en la filosofía de la ciencia, el cuarto debate también tiene su origen en cuestiones filosóficas de fondo. Así, este cuarto debate está caracterizado por su conexión con una cuestión central de la filosofía de las ciencias sociales que es la de cómo proceder y cómo valorar la obtención de conocimiento. Esta cuestión, a su vez, está llena de repercusiones ontológicas y epistemológicas que caracterizan a este debate.

Cabe decir que el cuarto debate estuvo influido por corrientes críticas de entre las que destaca el constructivismo. El propio Robert Keohane, ya en 1988, fue el que constató la existencia de unas corrientes que él denominó reflectivistas en el seno de las relaciones internacionales, y que agrupaba a autores pertenecientes a diferentes tendencias. Estos autores fueron caracterizados por su desconfianza a los modelos científicos para el estudio de la realidad internacional, su metodología basada en la interpretación histórica y textual, y sobre todo por su insistencia en la importancia de la reflexión humana acerca de la naturaleza de las instituciones y el carácter de la política mundial.[8]

Lo anterior cabe unirlo, asimismo, a la influencia ejercida por diferentes corrientes filosóficas que aparecieron en la década de 1960 y que se desarrollaron en la década siguiente que cuestionaron el proyecto moderno propiamente dicho, y que como consecuencia de esto generaron una poderosa crítica contra la Ilustración al considerar que esta, en vez de traer la liberación, está conduciendo a la humanidad hacia el desastre. Esto tuvo sus efectos en las relaciones internacionales con la apertura de este debate y sobre todo con una efervescencia teórica nunca antes vista. Las diferentes posturas teóricas que se presentan en este cuarto debate ofrecen una imagen caótica de la disciplina en la que se han conjugado diferentes tendencias. Por una parte los que aspiran a fundir esta disciplina con otras como la ciencia política y la sociología, o la de quienes, por el contrario, recurren a las aportaciones de otras disciplinas para remodelar las relaciones internacionales en tanto campo de conocimiento específico.

Como consecuencia de la dinámica que imprimió el cuarto debate en la disciplina que hizo que esta se sumergiera, al menos temporalmente, en un profundo y hasta obsesivo ejercicio de autoexamen.[9] Esto se manifestó con especial claridad en la reconsideración de los cimientos filosóficos de la disciplina. Pero por otro lado este debate mantiene, asimismo, conexiones con cuestiones de segundo orden vinculadas a la teoría social.[10] Esto último es lo que contribuyó decisivamente a situar en el centro del debate las cuestiones de carácter ontológico y epistemológico. Es decir, cobró importancia la definición de los fundamentos de la realidad, esto es, de qué están hechas las relaciones internacionales, y consecuentemente cuál es el objeto de estudio de esta disciplina. Y en lo que se refiere a la epistemología, como la otra dimensión del debate, fue puesto el acento en el cuestionamiento de los criterios utilizados para producir conocimiento.

Así pues, el cuarto debate presenta dos ejes de conflicto intelectual diferentes. En el terreno epistemológico ha enfrentado a positivistas contra postpositivistas por un lado, mientras que en el ámbito ontológico el enfrentamiento se ha producido entre idealistas y materialistas, así como entre holismo e individualismo.[11] De este modo las teorías son clasificadas en un eje tridimensional en el que se superponen diferentes líneas de conflicto. Por un lado los que entienden que la realidad se conoce a través de una epistemología científica que busca dilucidar regularidades de las que inferir relaciones de causa y efecto, y por otro lado quienes adoptan un enfoque comprehensivo o interpretativo de la realidad que guarda muchas relaciones con la tradición humanística y que adoptan una epistemología postpositivista. Por otra parte se encuentran las teorías que conciben la realidad de una manera holista, considerada como un todo, y por otro aquellas otras que la consideran a partir de sus partes constitutivas más básicas, es decir, los actores individuales. A esto se suman las teorías materialistas e idealistas en las que las primeras conciben que la realidad tiene una base material y fáctica, mientras que las segundas parten de la premisa de que la realidad es una construcción humana y que está compuesta por ideas, valores, significados, etc.

Como decimos, se trata de un debate complejo con múltiples intersecciones como resultado de los diferentes ejes de conflicto que lo han definido, y que por ello mismo exigen un tratamiento pormenorizado en un artículo específico. En general puede afirmarse que el rupturismo del reflectivismo se caracterizó por presentar diferentes alternativas al positivismo. A grandes rasgos los enfoques críticos se caracterizan por la importancia que dan a la necesidad de reflexionar sobre el propio proceso de teorización, que es lo que ha venido a llamarse “reflexividad teórica”.[12] Todo esto se resumió en el enfrentamiento entre racionalismo y reflectivismo, en la medida en que el racionalismo confirió más importancia a la epistemología, y por lo tanto aquello que puede conocerse, además de los problemas a los que deben ser dirigidos los esfuerzos científicos. Mientras que para reflectivismo, por el contrario, concede prioridad a la ontología a la que queda subordinada la epistemología, lo que hace que para interpretar el sentido de las acciones humanas estas deben ser ubicadas en el contexto de los valores y prácticas sociales imperantes en el momento histórico que ocurrieron, de forma que los conceptos de verdad y conocimiento están intrínsecamente unidos a la historia y no se encuentran por encima de ella. De este planteamiento se deduce, entonces, que el reflectivismo rechace la existencia de certezas universales, objetivas y empíricamente verificables, de lo que resulta la importancia conferida a las cuestiones normativas.

Por último cabe decir que la evolución del cuarto debate, en contra de lo que inicialmente pudiera haberse pensado como resultado de los agrios debates mantenidos en el transcurso de la década de 1990, ha desembocado en una situación de confluencia de las perspectivas racionalistas y constructivistas que han reordenado el panorama teórico en la disciplina.

 

Conclusiones

 

De todo lo hasta ahora explicado podemos extraer como conclusión que las relaciones internacionales, como disciplina, ha atravesado diferentes fases en su desarrollo histórico que han contribuido de manera decisiva a la proliferación de diferentes aproximaciones teóricas a la realidad. En este sentido podríamos retomar lo dicho en su momento por Kal Holsti acerca de que el primer debate fue un momento en el que existía un acuerdo acerca de lo que había que estudiar y de cómo hacerlo, pero, sin embargo, no había un acuerdo de la finalidad del estudio. El segundo debate, por su parte, manifestó el acuerdo en torno a lo que estudiar y el objetivo del estudio, pero existía un desacuerdo en torno al modo de hacerlo. El tercer debate supuso que las discrepancias se desarrollaran en torno a la finalidad, la sustancia y el método.[13] Y el cuarto debate, después de un proceso de convergencia entre neoliberalismo y neorrealismo con la síntesis racionalista, ha significado una gran convulsión para la disciplina que no ha aportado nada sustantivo a la misma al centrar las discusiones en torno a los fundamentos de la realidad y la teorización misma. A pesar de todo, la disciplina, superado el trance del cuarto debate, se ha adentrado por una nueva senda que ha dejado atrás las crispaciones y discusiones de tinte filosófico, y que, por el contrario, refleja en ciertos aspectos un escenario de pluralismo teórico.

 

Notas:

[1] Lowes Dickinson, G., The European Anarchy, Nueva York, Routledge, 2016. Woolf, Leonard, International Government: Two Reports, Londres, Fabian Society, 1916. Smuts, Jan C., The League of Nations: A Practical Suggestion, Londres, Hodder and Stoughton, 1918. Brailsford, Henry N., The War of Steel and Gold: A Study of the Armed Peace, Londres, G. Bell, 1914. Ponsonby, Arthur, Democracy and Diplomacy: A Plea for Popular Control of Foreign Policy, Londres, Meuthen & Co., 1915. Zimmern, Alfred, The League of Nations and the Rule of Law, 1918-1935, Londres, McMillan, 1936

[2] Carr, Edward H., La crisis de los veinte años (1919-1939): una introducción al estudio de las relaciones internacionales, Madrid, La Catarata, 2004. Morgenthau, Hans S., La lucha por el poder y por la paz, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1963

[3] Bull, Hedley, “International Theory: The Case for a Classical Approach” en World Politics Vol. 18, Nº 3, 1966, pp. 361-377

[4] Kuhn, Thomas S., Las estructuras de las revoluciones científicas, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1990

[5] Dunn, David J., “The Emergence of Change as a Theoretical Concern in International Relations” en Buzan, Barry y R. J. Barry Jones (eds.), Change and the Study of International Relations. The Evaded Dimension, Londres, Frances Pinter, 1981, pp. 71-84

[6] Entre los realistas o neorrealistas encontramos a Gilpin, Robert, Gilpin, Robert, War and Change in World Politics, Cambridge, Cambridge University Press, 1981. Waltz, Kenneth N., Teoría de la política internacional, Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1988. En el neomarxismo tenemos a Cardoso, Fernando H. y Enzo Faletto, Dependencia y desarrollo en América Latina, México, Siglo XXI, 1969. Amin, Samir, El desarrollo desigual. Ensayo sobre las formaciones sociales del capitalismo periférico, Barcelona, Fontanella, 1974. Gunder Frank, Andre, Sociología del desarrollo y subdesarrollo de la sociología. El desarrollo del subdesarrollo, Barcelona, Anagrama, 1971. Wallerstein, Immanuel, El moderno sistema mundial, Madrid, Siglo XXI, 1979 y 1984, 2 Vols. En la interdependencia compleja tenemos a Keohane, Robert O. y Joseph S. Nye, Transnational Relations and World Politics, Cambridge, Harvard University Press, 1972. Mansbach, Richard, Yale H. Ferguson y Donald E. Lampert, The Web of World Politics. Nonstate Actors in the Global System, Englewood Cliffs, Prentice Hall, 1976. Scott, Andrew M., The Dynamics of Interdependence, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 1982

[7] Maghroori, Ray y Bennett Ramberg (eds.), Globalism versus Realism. International Relations’ Third Debate, Boulder, Westview Press, 1982. Baldwin, David (ed.), Neorealism and Neoliberalism. The Contemporary Debate, Nueva York, Columbia University Press, 1993. Sanders, David, “International Relations: Neo-Realism and Neo-Liberalism” en Goodin, Robert E. y Hans-Dieter Klingemann (eds.), A New Handbook of Political Science, Oxford, Oxford University Press, 1998, pp. 485-507

[8] Keohane, Robert O., “International Institutions: Two Approaches” en International Studies Quarterly Vol. 32, Nº 4, 1988, pp. 379-396

[9] Jarvis, Darryl S. L., International Relations and the Challenge of Postmodernism: Defending the Discipline, Columbia, University of South Carolina Press, 2000, p. 2

[10] Wendt, Alexander, Social theory of International Politics, Cambridge, Cambridge University Press, 1999, p. 5

[11] Existen otros planteamientos a la hora de dilucidar los ejes de conflicto intelectual en el cuarto debate. Onuf, Nicholas G., World of Our Making: Rules and Rule in Social Theory and International Relations, Columbia, University of South Carolina, 1989, p. 57. Guzzini, Stefano, Realism in International Relations and International Political Economy. The Continuing Story of a Death Foretold, Londres, Routledge, 1998, p. 194

[12] Neufeld, Mark A., The Restructuring of International Relations Theory, Cambridge, Cambridge University Press, 1993, pp. 40-46

[13] Holsti, Kal J., “International Relations at The End of The Millennium” en Review of International Studies Vol. 19, Nº 4, 1993, p. 408