LA POLÍTICA EXTERIOR EXPANSIONISTA DE ESTADOS UNIDOS
En este artículo abordaremos los antecedentes históricos de la política exterior expansionista de EEUU para ponerla en relación con su presente, y de esta manera dilucidar cuáles son sus principales vectores de desarrollo actual.
Principales antecedentes históricos del expansionismo americano
Aunque la mayor parte de la historia de EEUU ha sido caracterizada por historiadores y expertos en relaciones internacionales como una historia de aislacionismo, lo cierto es que el expansionismo estadounidense tiene sus primeros y principales antecedentes en sus mismos orígenes como nación.
Prácticamente desde el principio, y de un modo especialmente evidente con la aprobación de la segunda constitución, se puso de manifiesto la existencia de una serie de divergencias en el seno de la elite estadounidense acerca del proyecto nacional que contemplaban en cada caso para su país. Nos encontramos, entonces, con dos facciones claramente diferenciadas. Por un lado los federalistas y por otro lado los anti-federalistas que posteriormente se agruparían en el partido demócrata-republicano.
Los federalistas ambicionaban el crecimiento comercial, la expansión hacia el Oeste, el incremento del poder nacional y una diplomacia mundial efectiva, lo que tenía como propósito crear y consolidar un gran gobierno que permitiese a EEUU alcanzar el estatus de potencia mundial. Para esta facción política la independencia de EEUU representaba una gran oportunidad histórica y política para convertirse en una nueva potencia, y con ello disputar la supremacía internacional a otros países como era, por ejemplo, el caso de Gran Bretaña.
Por el contrario los anti-federalistas, más tarde demócratas, contemplaban otro tipo de proyecto nacional que implicaba, a su vez, un modelo de país diferente. Concebían EEUU como una confederación con un gobierno central limitado, donde la política era controlada en su mayor parte en el ámbito local de los Estados, al mismo tiempo que se oponían cualquier tipo de pretensión de convertir EEUU en una rica potencia internacional, sino que más bien veían en la nueva nación la oportunidad para ver realizado su ideal de una pequeña y bucólica república en la que ciudadanos virtuosos y autónomos gestionasen sus propios asuntos y rehuyeran el poder y la gloria del imperio.
Estas diferencias en torno al proyecto nacional de EEUU estaban, asimismo, ligadas a las que existían en el plano socioeconómico y geográfico entre el Norte y el Sur. El Norte, marcadamente urbanizado, de carácter industrialista y comercial, donde había un floreciente sector financiero en torno a la banca de Wall Street, encontró en el partido federalista su principal referente político, lo que facilitó que fuese respaldado por banqueros, comerciantes e industriales.
Si en el plano doméstico el partido federalista abogaba por un gobierno central fuerte e intervencionista para promover el crecimiento económico, la implantación de un banco central, el establecimiento de medidas proteccionistas para favorecer el desarrollo de la industria, en el plano internacional no ocultaba sus verdaderas aspiraciones. En lo que a esto respecta era partidario de mantener unas buenas relaciones con Gran Bretaña al ser visto como un aliado natural de los EEUU, tanto por razones históricas como culturales.[1] A esto cabe sumar las claras ambiciones de crear un imperio continental en América con vistas a jugar un papel relevante en la esfera internacional.
El Sur, en cambio, marcado por su carácter rural, agrícola y tradicional, tenía en el partido demócrata-republicano su principal referente político. Este partido era apoyado por las oligarquías latifundistas del Sur así como por los granjeros blancos. Si en la esfera doméstica era partidario de un gobierno central débil en el contexto de una confederación de Estados, del laissez-faire en lo económico, en la esfera internacional, en cambio, era hostil a Gran Bretaña al representar el despotismo y el imperialismo al mismo tiempo que importantes dirigentes de esta facción eran francófilos. La postura que presentaron en la mayoría de los ocasiones era favorable al aislacionismo, aunque algunos de sus exponentes manifestaron en algún momento sus veleidades expansionistas, como es el caso de Thomas Jefferson.
Como decimos, estas diferencias en el seno de la elite estadounidense marcaron una serie de debates políticos de carácter constitucional que también afectaron a la orientación que en el terreno internacional debía adoptar el nuevo país, sobre todo a la hora de relacionarse con las potencias europeas. A pesar de las divergencias que se produjeron entre los principales líderes estadounidenses en el diseño de la política exterior de EEUU, pueden identificarse algunas ideas centrales que marcaron el trasfondo ideológico y político sobre el que se construyó la política exterior expansionista de este país.
La construcción nacional de EEUU en el s. XIX
Lo cierto es que EEUU presentó una política expansionista desde su nacimiento. Un claro ejemplo es que con la guerra de independencia, y más concretamente con la firma del tratado de paz con Gran Bretaña en París en 1783, las iniciales 13 colonias se expandieron hacia el Oeste hasta el punto de doblar su tamaño. Esto fue posible gracias a que las reivindicaciones del nuevo país sobre los territorios al sur de los Grandes Lagos y al Este del Mississippi fueron reconocidas por Gran Bretaña.
20 años después de la firma del tratado de París, en 1803, EEUU compró, durante la presidencia de Thomas Jefferson, Luisiana, que previamente había estado en manos francesas. Esta adquisición territorial incrementó considerablemente la extensión geográfica de EEUU hasta el punto de doblarla una vez más. En este caso concreto, además de la adquisición de nuevas tierras, fue prioritaria la incorporación de este extenso territorio para controlar el comercio a lo largo del Mississippi, y de un modo especial el puerto de Nueva Orleáns.
A la compra de Luisiana le siguió, ya en 1818, la cesión británica de los territorios que obraban en su poder al norte de Minnesota y Dakota del Norte como resultado de un acuerdo con EEUU. Ya en 1819 EEUU consiguió forzar la venta de Florida por medio de las incursiones militares emprendidas por el general Andrew Jackson, quien más tarde llegaría a ser presidente de EEUU.
Posteriormente, la ampliación más significativa de territorio fue la anexión de Texas en 1845 después de que este Estado se secesionase de México en 1836. Sin duda alguna fue una importante extensión de tierra la que fue incorporada a la Unión, pero con la guerra contra México entre 1846 y 1848 EEUU logró ampliar su territorio aún mucho más. La victoria estadounidense en aquella contienda reportó a EEUU el acceso al Pacífico a través de California, lo que se complementaba con la adquisición de Oregón con el tratado firmado en 1846 con Gran Bretaña. Mientras México vio perder la mitad de su territorio nacional, EEUU logró ampliarlo en unas vastas proporciones hasta el punto de conseguir una extensa porción de tierra a lo largo de la costa del Pacífico Norte, gracias a lo que se convirtió en un país de dimensiones continentales.
Tras la guerra de secesión americana EEUU se introdujo en una nueva espiral expansionista con la compra de Alaska y la anexión de Midway en 1867, a lo que posteriormente le seguiría el desarrollo de una política abiertamente imperialista en la esfera internacional, en clara consonancia con la dinámica mundial que marcó la lucha geopolítica de las grandes potencias del momento.
No es casualidad que ya en 1823 la doctrina Monroe había explicitado claramente las aspiraciones geopolíticas de EEUU. Y lo novedoso fue precisamente eso, que EEUU definió sus aspiraciones en unos términos geográficos de dimensiones continentales que abarcaban ya entonces todo el denominado hemisferio occidental. Esto, además, demuestra que el expansionismo de EEUU fue algo inherente al propio proyecto de nación que históricamente ha encarnado este país, y que estaba presente en la mentalidad de sus principales líderes políticos.
Así pues, el expansionismo estadounidense no es verdaderamente algo nuevo si nos fijamos en la historia de este país, y el aislacionismo que tradicionalmente se le ha atribuido ha resultado ser más bien algo episódico. Desde sus comienzos en las 13 colonias del Este, EEUU no dejó de expandirse hacia el Oeste. Durante el periodo de la anteguerra diferentes presidentes y altos cargos del gobierno federal se manifestaron favorables a esta política expansionista. No sólo Monroe, sino también otros líderes tras la guerra mantenida con México. Este es el caso del presidente Franklin Pierce quien en su discurso de investidura, en 1853, afirmó tajantemente que nada frenaría la política expansionista de su gobierno.[2] E igualmente su sucesor, James Buchanan, no dudó en afirmar que la política expansionista de su país era el expansionismo.[3]
Incluso antes de que estos presidentes arriba mencionados se pronunciasen en este sentido, sus más directos antecesores, los padres fundadores, entendieron que su país tenía una misión universal, y que ella se derivaba de las proclamaciones políticas contenidas en la declaración de independencia al ser extensibles al conjunto de la humanidad. Inevitablemente esto no estaba desprovisto de unas importantes y profundas consecuencias en la orientación de la política exterior estadounidense. Resulta bastante esclarecedor que el propio Thomas Jefferson, en una carta a James Monroe, afirmase que era imposible prever a largo plazo el rápido crecimiento de los EEUU, pues la nueva nación se expandiría por todo el Norte de América y posiblemente por todo el Sur del continente.[4] Y del mismo modo Madison había creído que las colonias británicas del Canadá terminarían tarde o temprano en manos de EEUU.[5]
Otro presidente que igualmente se pronunció en la misma línea que los arriba mencionados fue John Quincy Adams, quien reafirmó la política expansionista de EEUU al referirse a Cuba como un apéndice natural del continente norteamericano., algo con lo que estaba de acuerdo su embajador en España.[6] Así, para Adams sólo era una cuestión de tiempo que los EEUU terminasen anexionándose toda Norteamérica, pues creía firmemente que era absurdo desde todos los puntos de vista que diferentes territorios perteneciesen a soberanos que se encontraban a 10.000 kilómetros de distancia cuando, por el contrario, su vecino inmediato era una gran nación emprendedora, poderosa y en rápido crecimiento.[7]
La elite dirigente estadounidense era consciente del potencial que albergaba su nación, y sobre todo las posibilidades que brindaría la expansión territorial en América y, más tarde, en el resto del mundo para desempeñar el papel de gran potencia. Al fin y al cabo concebían esto como una necesidad de todas las naciones prósperas, lo que debía producirse hacia las regiones adyacentes o, en su caso, hacia los territorios que ofreciesen la menor resistencia, tal y como señaló el que sería, entre 1861 y 1869, secretario de Estado William Henry Seward.[8]
Aunque el interés nacional fue crucial para determinar la política expansionista de EEUU, no hay que olvidar que todo esto fue vinculado, a su vez, con el llamado Destino Manifiesto. Este concepto que tiene sus antecedentes remotos en la época colonial, fue pergeñado durante la primera mitad del s. XIX, y era identificado con la idea de que los americanos tienen una misión histórica para con la humanidad que consiste en expandir su sistema político, encarnado por sus instituciones, para redimir y rehacer el mundo a imagen y semejanza de EEUU. Pues, al fin y al cabo, esta es una misión encomendada por Dios al pueblo americano.[9]
La política expansionista de EEUU tras la guerra de secesión
Como puede verse a tenor de lo hasta ahora expuesto, la política expansionista de EEUU ha sido algo inherente a esta nación, y más concretamente de su elite dirigente. En aquellos momentos en los que este país no se manifestó especialmente expansionista fue debido a problemas internos, sobre todo a los desequilibrios existentes en la esfera doméstica y a los conflictos en el seno de la propia elite. A esto cabría sumar, asimismo, la falta de fortaleza del propio gobierno federal.
Sin embargo, tras el final de la guerra de secesión EEUU reimpulsó su política expansionista en el plano exterior. La compra de Alaska es un buen ejemplo de esto, pero lo es aún más la atmósfera que se creó en el seno de la elite mandante. El propio jefe de la diplomacia, el ya mencionado Seward, no dudó en señalar como algo inevitable la anexión de Alaska, Canadá y México, pero también señaló la necesidad de establecer bases militares en islas del Pacífico y del Caribe para proyectar el poder de EEUU hacia el exterior y proteger sus intereses en el mundo. No por casualidad en 1865 se produjo la compra de Alaska junto a la anexión de las islas Midway. A esto cabe sumar, también, los primeros pasos oficiales dirigidos a extender el dominio político estadounidense hacia Canadá, Groenlandia, Islandia, México, las islas del golfo de Darién, Hawaii, la república Dominicana, etc.
Pero la problemática interna de EEUU, vinculada a las desavenencias en el seno de la elite dirigente, y más concretamente entre las diferentes ramas del gobierno federal que se disputaban la supremacía política en materia exterior, dificultaron, e incluso llegaron a impedir que esta política exterior expansionista fuese materializada de un modo pleno y eficaz. Esto es lo que explica que la mayor parte de los intentos del secretario Seward fracasasen debido a la oposición del Congreso, mientras que el presidente Ulysses S. Grant tuvo que afrontar la oposición del Senado a la hora de relanzar la política exterior estadounidense.
Por tanto, el llamado aislacionismo ha resultado ser más bien una tendencia interna de EEUU derivada sobre todo de las disputas que a nivel institucional se desarrollaron entre las diferentes ramas del gobierno federal, y no tanto una oposición activa y decidida de una facción política en particular. De hecho, no eran pocas las ocasiones que aquellos mismos que se oponían a las pretensiones del ejecutivo en materia exterior eran, asimismo, fuertes partidarios del expansionismo estadounidense. En el fondo se trataba de una cuestión de liderazgo interno.[10]
Una serie de transformaciones en la estructura interna del Estado que sirvieron para reforzar a la rama ejecutiva del gobierno federal, y de esta manera incrementar no sólo su autoridad sino sobre todo la eficacia a la hora de formular y ejecutar la política exterior estadounidense, sirvió para dar nuevas alas al expansionismo. Prueba de esto son los últimos presidentes del s. XIX que se caracterizaron por una activa y decidida política expansionista que contemporizó con las tendencias dominantes en el resto del mundo. Nos referimos al presidente Grover Cleveland, pero sobre todo a William McKinley y a Theodore Roosevelt.
De hecho, cabe apuntar que la nueva atmósfera que existía en la elite estadounidense fue explicitada por el oficial de la marina de guerra de EEUU Alfred Thayer Mahan. En este sentido Mahan no sólo dio expresión intelectual al expansionismo americano, sino que lo justificó por razones estratégicas y urgió sobre la necesidad de emprender una política decidida en la esfera internacional para ocupar un lugar entre las restantes grandes potencias. Es por esto que no sólo apuntó sobre la importancia de superar las dificultades hasta entonces existentes a la hora de ejecutar una política expansionista, sino que también incidió en el fortalecimiento del país a través del poder marítimo. Todo esto podía resumirse en la máxima de que EEUU debía participar activamente en el reparto colonial del mundo.[11] Pero junto a Mahan también hay que añadir otras figuras intelectuales que tuvieron una importante y amplia resonancia como, por ejemplo, el escritor John Fiske y el geógrafo Frederick Jackson Turner.[12]
Así es como se explica que a finales del s. XIX EEUU ampliase considerablemente su influencia con la anexión de Hawaii, pero también, tras la guerra hispano-estadounidense, Puerto Rico, Filipinas, Cuba en condición de protectorado, así como diferentes islas en el Pacífico tales como Guam o las Islas Marianas. Pero ese expansionismo no cesó ahí, sino que aún continuó durante todo el s. XX. De este modo, a principios de dicho siglo se produjo no sólo la fundación de Panamá y el arrendamiento del canal, sino que se produjeron diferentes intervenciones en Centroamérica y el Caribe. Nos referimos concretamente a la ocupación de Honduras, Nicaragua, Veracruz, Haití, república Dominicana, las Islas Vírgenes, etc.
La política exterior de EEUU desde el s. XX en adelante
El ascenso de EEUU a la condición de gran potencia a principios del s. XX fue algo que no pasó desapercibido para nadie, especialmente para las potencias europeas del momento. Esta circunstancia se hizo evidente en términos prácticos en dos momentos decisivos para la historia mundial de este siglo. La dos guerras mundiales.
Si bien tras la Gran Guerra EEUU, por divisiones internas, no adoptó un papel más activo en la arena internacional, fue con la Segunda Guerra Mundial, y sobre todo en la postguerra, cuando adquirió una presencia decisiva en los asuntos mundiales. En lo que a esto se refiere EEUU acaparaba la mitad del PIB mundial al terminar la guerra, además de tener el ejército más numeroso y poderoso del mundo con 14 millones de efectivos y la bomba atómica. Para entonces EEUU había desarrollado unos intereses con presencia a escala mundial, lo que conllevó a asumir un rol de liderazgo en el conjunto del mundo.
Debido a lo anterior afloraron una gran cantidad de bases militares a lo largo de todo el planeta, lo que únicamente contribuyó a afianzar la política expansionista que históricamente caracterizó el desarrollo político e internacional de este país. Pero unido a esto hay que señalar los cambios que se produjeron en su esfera doméstica con un robustecimiento de su ejército, y la aparición de unos potentes servicios de espionaje. En lo que a esto se refiere es interesante destacar cómo el complejo del entramado de seguridad nacional, con toda su burocracia, pasó a ocupar una posición dominante en el seno de la política federal, lo que sirvió para incrementar la eficacia de la política expansionista americana al sujetar al directorio político, compuesto por la presidencia y el legislativo, a las exigencias de las instituciones al cargo de la defensa y seguridad del país.
Pero lo más importante es que como consecuencia de la victoria aliada en la guerra EEUU pasó a tener innumerables bases militares a lo largo y ancho del mundo. Estas bases pasaron a ser puntos estratégicos para la proyección del poder estadounidense en el conjunto del planeta, y por lo tanto para la promoción y defensa de unos intereses que habían adquirido así una dimensión mundial. En el contexto de la guerra fría la política estadounidense no dejó de ser expansionista, aunque reorientada en función de las nuevas condiciones que ofrecía el escenario internacional. Esto implicó la contención de la URSS, por un lado, y la intervención en los asuntos internos de aquellos países que ponían de un modo u otro en peligro los intereses nacionales de EEUU.
Entre el fin de la guerra fría y los ataques del 11S se produjo un periodo de reorganización de la potencia americana en el que su presencia en el mundo no decreció, sino que por el contrario vio como su influencia aumentó por procedimientos económicos, comerciales, financieros y también culturales. Sin embargo, los ataques del 11S tuvieron como principal consecuencia el relanzamiento de la política expansionista de esta potencia con el desarrollo de numerosas intervenciones militares en el exterior.
Es reseñable cómo el 11S contribuyó, a su vez, a que los discursos neoconservadores, basados en la misión universal que supuestamente tiene EEUU para el resto del mundo, tomaron alas. De esta manera cobró un renovado vigor la idea de que EEUU debía extender su sistema político a lo largo y ancho del mundo para garantizar la seguridad nacional y, por extensión, también la mundial.
A día de hoy, en cambio, nos encontramos con que en los medios de comunicación occidentales, y sobre todo europeos, se está construyendo una representación de la realidad internacional que pretende mostrarnos unos EEUU aislacionistas, encerrados en sí mismos, anclados en el proteccionismo. Pero lo cierto es que a la luz de lo antes expuesto la tradición estadounidense en política exterior es el expansionismo, hasta el punto de que va inserto en el ADN de este país. Y no sólo eso, comprobamos que el aislacionismo del que muchas veces se le ha acusado a EEUU fue, en realidad, obstruccionismo interno no intencionado a esa política exterior como resultado de los enfrentamientos entre las distintas ramas del gobierno federal.
Lejos de asistir a un aislacionismo de EEUU vemos, por el contrario, cómo su presencia se incrementa en algunos lugares estratégicos. En lo que a esto respecta no hay que olvidar que EEUU mantiene la mayoría de las bases militares que ha tenido en los últimos 30 años, y que su presencia militar en Europa se ha incrementado en los últimos tiempos con el nuevo envío de tropas a lugares como España o Alemania, donde tiene diferentes bases. Como consecuencia del ascenso de China como una amenaza estratégica para la supremacía estadounidense esta presencia militar a escala mundial no va a descender, sino que por el contrario va a reorganizarse y a relanzarse para reforzar la posición internacional de EEUU.
Conclusiones
Podemos concluir que EEUU se ha caracterizado desde sus mismos comienzos por mantener una política exterior expansionista que inicialmente se centró en el continente americano, pero que posteriormente se extendió rápidamente al resto del mundo. Esto es bastante evidente a finales del s. XIX.
El salto del continente americano a otras regiones del planeta se explica en gran medida por las transformaciones internas del Estado, y más concretamente de sus instituciones federales. El incremento de su poder nacional permitió relanzar su política exterior en un contexto internacional de crecientes rivalidades entre las grandes potencias. Asimismo, el supuesto aislacionismo de este país no ha sido tal, sino que por el contrario ha obedecido a las divisiones internas de la elite dirigente, ya fuese por proyectos nacionales divergentes, como sucedió en el periodo de la anteguerra, o bien por las rivalidades entre las diferentes ramas del gobierno federal. Estas situaciones produjeron obstruccionismo para el desarrollo del poder nacional y consecuentemente de la política exterior expansionista.
Con las dos guerras mundiales EEUU se elevó a la condición de gran potencia mundial, lo que hizo que su presencia e intereses adoptaran una dimensión planetaria. Esto sirvió, en definitiva, para relanzar el expansionismo y reforzar la posición americana en el mundo. Todo esto no estuvo exento, a su vez, de cambios sustanciales en sus estructuras internas para aumentar el poder nacional con el que ejercer una política exterior más activa.
Finalmente, comprobamos que la política expansionista que todavía mantiene EEUU en el mundo guarda correspondencia con su propia tradición política, y que está unida a su presencia e influencia internacional a través de sus bases militares pero también de su poderío económico en el ámbito financiero, monetario, comercial y tecnológico. Sin embargo, las fricciones con sus tradicionales aliados europeos ha generado en los medios de comunicación una distorsión interesada de la realidad que presenta a unos EEUU aislacionistas y proteccionistas cuando en la práctica su presencia internacional ha aumentado. A esto cabría sumar que EEUU siempre ha sido proteccionista, y que lo único que ha cambiado en los últimos años son las condiciones en las que desarrolla ahora su comercio exterior. Así, en el contexto de una creciente rivalidad con la emergencia de China ha hecho que EEUU reorganice su política exterior para dar respuesta a este desafío estratégico, y de esta manera mantener su posición dominante en la esfera internacional.
Notas:
[1] Miller, John C., The Federalist Era: 1789–1801, Nueva York, Harper & Row, 1960
[2] Richardson, James D., A Compilation of the Messages and Papers of the Presidents, Washington D.C., Bureau of National Literature, 1911, Vol. 5, p. 198
[3] Zakaria, Fareed, De la riqueza al poder. Los orígenes del liderazgo mundial de Estados Unidos, Barcelona, Gedisa, 2000, p. 83
[4] Ford, Paul L. (ed.), The Works of Thomas Jefferson, Nueva York, Cosimo Classics, 2010, Vol. 9, pp. 315-319
[5] Weinberg, Albert K., Manifest Destiny: A Study of Nationalist Expansion in American History, Baltimore, Johns Hopkins Press, 1935, p. 228
[6] Ibídem, p. 65
[7] Adams, Charles Francis (comp.), Memoirs of John Quincy Adams, Filadelfia, . B. Lippincott, 1875, Vol. 4, pp. 438-439
[8] Baker, George E. (comp.), The Works of William H. Seward, Nueva York, D. Appleton, 1873, Vol. 5, p. 246
[9] Weeks, William E., Building the Continental Empire: American Expansion from the Revolution to the Civil War, Chicago, Ivan R. Dee, 1996, p. 61
[10] Zakaria, Fareed, Op. Cit., N. 3, pp. 99-100
[11] Mahan, Alfred T.: El interés de Estados Unidos de América en el poderío marítimo. Presente y futuro, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2000
[12] Fiske, John, “Manifest Destiny” en Harper’s Magazine Nº 70, marzo 1885, p. 588. Turner, Frederick Jackson, The Significance of the Frontier in American History, Arizona, University of Arizona Press, 1994