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LA TEORÍA REALISTA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES

 

En este artículo vamos a exponer las características más importantes del realismo clásico para, de esta manera, ofrecer una imagen general del modo en el que entiende las relaciones internacionales.

 

Antecedentes del realismo

 

En primer lugar hay que señalar que el realismo, como teoría, tiene sus principales antecedentes en el pensamiento de numerosos autores clásicos. Este es, por ejemplo, el caso de Tucídides, y más recientemente, a comienzos de la época moderna, encontramos a Maquiavelo y a Hobbes. Para estos autores lo fundamental en las relaciones internacionales es el interés de las unidades políticas, debido a que explica su comportamiento al conducirse por una suerte de egoísmo natural inherente a la condición humana. Por este motivo el conflicto y la guerra constituyen elementos inseparables del escenario internacional a causa de los intereses contradictorios de los diferentes actores.

Así pues, el ámbito internacional, en el que se desenvuelven las relaciones de las diferentes unidades políticas, constituye un entorno hostil, de desconfianza mutua en el que estas unidades compiten de un modo despiadado recurriendo simultáneamente a la astucia y a la fuerza según lo que convenga en cada momento. La seguridad es, entonces, la principal preocupación en un entorno de estas características en el que cada unidad persigue garantizar su supervivencia. Esto hace que se imponga una suerte de solidaridad mecánica en la que seguridad, autonomía e integridad territorial son cuestiones decisivas a la hora de organizar las relaciones exteriores, siendo así el Estado la principal unidad de análisis en esta corriente de pensamiento.

Todos estos elementos que acabamos de desgranar rápidamente y de un modo muy general estaban presentes en las ideas y, en definitiva, en la concepción del mundo internacional que tenían los autores apuntados. Por este motivo suelen ser considerados los antecedentes más lejanos de la teoría realista. Pero a ellos habría que añadir otros autores que, antes de la Segunda Guerra Mundial, ya hicieron notables aportaciones que contribuyeron de manera decisiva a moldear el realismo que eclosionaría de forma definitiva después de 1945.

Entre los antecedentes más inmediatos del realismo encontramos, en contra de lo afirmado por muchos estudiosos de las relaciones internacionales, al politólogo sueco y fundador de la geopolítica Rudolf Kjellén. Sus principales aportaciones son, por ejemplo, constatar la separación entre la esfera interior y exterior del Estado, de manera que cada una de ellas se rige por objetivos y reglas diferentes. Mientras la esfera interna está orientada un objetivo cultural y moral, la esfera externa, por el contrario, sigue la ley natural de la lucha por la existencia y la supervivencia. Así, según Kjellén, en la arena internacional impera la máxima de que la necesidad no conoce ninguna regla, pues en momentos de peligro para los intereses vitales del Estado el derecho pasa a ocupar un lugar secundario. Por tanto, el Estado únicamente actúa en función de su propio interés. Todo esto es lo que hace de Kjellén un precursor del realismo al haber esbozado algunos de sus planteamientos básicos.[1]

 

La formación del realismo clásico

 

El primer realismo, o realismo clásico, hizo su aparición con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial de la mano de diferentes autores, y su eclosión es debida sobre todo al contexto histórico e internacional de aquel entonces en el que se demostró lo equivocadas que habían estado las teorías y planteamientos de los idealistas, así como la incapacidad de las organizaciones internacionales entonces existentes, como era la Sociedad de Naciones, de impedir el estallido de una nueva guerra.

Entre los primeros autores realistas encontramos al británico Edward H. Carr, historiador, diplomático y profesor de la cátedra Woodrow Wilson en la universidad de Gales. En 1939 publicó su obra de referencia en el realismo político, The Twenty The Twenty Years’ Crisis. Se trata en esencia de una crítica hacia los idealistas de aquella época, y es conocida no sólo como la iniciadora del realismo sino sobre todo como una iniciadora del mismo. Así, en este volumen Carr explicitó el principio nuclear en torno al que giró todo su análisis y argumentación, y que no fue otro que el conflicto y la competición están estrechamente unidos a la práctica de la política internacional.

La obra de Carr fue esencialmente una crítica dirigida contra los idealistas, pero ello no impidió que con ella estableciese algunos principios que constituyeron a partir de entonces una referencia para el pensamiento realista en las relaciones internacionales. En la medida en que desdeñó los planteamientos idealistas acerca de la seguridad colectiva y la conducción de las relaciones entre países sobre la base de una moralidad compartida, y consecuentemente unos valores comunes, destacó la importancia que juegan las relaciones de poder, y concretamente la fuerza, cuando son utilizadas en provecho de los intereses de los que ostentan una posición dominante. De todo esto se derivaba, entonces, la necesidad de subordinar los principios universales a la ética del compromiso entre los Estados favorables al statu quo y los Estados revisionistas del orden internacional. Consecuentemente, el planteamiento de Carr resultó ser mucho más pragmático, y en cierto modo posibilista, al fundamentar la estabilidad y la preservación de la paz sobre la propia lógica de la dinámica internacional, esto es, la racionalidad del interés nacional para, de esta forma, buscar un acomodo de los intereses en conflicto.[2]

Pero junto a Carr encontramos a otros autores coetáneos pertenecientes al entorno de realistas británicos como es, por ejemplo, Frederick A. Voigt, George Schwarzenberger, Martin Wight o Herbert Butterfield, a los que cabría otros autores no menos reseñables, aunque pertenecientes a una generación posterior, como Hedley Bull, Charles Manning, Fred Northedge, así como Alan James, Michael Donelan, James Mayall y Adam Watson entre otros.[3]

Al otro lado del Atlántico, en EEUU, el realismo tuvo una buena acogida y sobre todo un largo recorrido tras el final de la Segunda Guerra Mundial. En este ámbito cultural encontramos las aportaciones fundamentales de otras figuras relevantes del realismo como son Reinhold Niebuhr y Hans J. Morgenthau. En el caso del primero nos encontramos ante un teólogo y politólogo que se manifestó partidario del interés nacional como principio organizador de las relaciones entre países.[4] Pero fue Morgenthau quien hizo una aportación decisiva a la hora de dar forma al pensamiento realista. Esto es debido a que sentó los principios del realismo político en seis puntos claramente diferenciados que expresan una visión del mundo de la política y de las relaciones internacionales de esta corriente. Además, tiene el mérito añadido de ser un esfuerzo intelectual dirigido a aportar racionalidad a la esfera donde se desenvuelven las relaciones entre Estados.[5]

 

Los principios del realismo político

 

La particularidad del realismo clásico es que fundamenta su perspectiva de la esfera internacional en la naturaleza humana, por lo que parte de una antropología negativa en la que el ser humano persigue garantizar su existencia, propagarse y dominar. Estas fuerzas son las que impulsan a los humanos y que, por tanto, conducen su comportamiento, siendo de esta forma las leyes objetivas que hacen explicable su conducta a lo largo de la historia, de lo que es posible inferir un esquema racional sobre el que basar la teoría de la política internacional.

Unido a lo anterior el realismo entiende que el mundo político es ante todo una esfera autónoma de acción que se rige por sus propias reglas, diferentes de las de cualquier otro ámbito. Su autonomía viene dada por el interés definido en términos de poder al establecer el vínculo entre la razón que trata de entender la política, y los hechos que hay que entender. La lógica de la política no es otra que el poder, entendido este como el control sobre los demás o el deseo de lograr que otros hagan lo que uno desea.[6] Así es como las relaciones en el ámbito internacional se conducen por la búsqueda del poder como fin inmediato, de lo que se deduce, por tanto, que los Estados son principalmente maximizadores de poder, independientemente de cuáles sean sus fines últimos. Esto es  lo que, en definitiva, ayuda a comprender las motivaciones que conducen la política internacional de los países.

La ausencia de un gobierno mundial es lo que hace que el escenario internacional esté caracterizado por una situación de anarquía en la que cada actor persigue sus propios y particulares intereses. En la medida en que no existe un ente regulador de las relaciones entre países, el carácter contradictorio de los intereses de los distintos Estados conduce al conflicto y la competición. En este contexto los Estados son formalmente iguales al ser sujetos soberanos, pero sus diferentes capacidades en el plano material les hace ser desiguales en términos de poder.

Por otra parte, Morgenthau enunció como uno de los principios del realismo la imposibilidad de aplicar los principios morales universales a las acciones de los Estados, pues es necesario que dichos principios sean filtrados a través de las condiciones concretas del tiempo y el lugar en el que vayan a ser aplicados. Debido a esto el Estado se ubica por encima de las desaprobaciones morales al anteponer el principio de eficacia en la acción política, es decir, la razón de Estado, la supervivencia nacional.[7]

Pero del mismo modo que el realismo rechaza la aplicación abstracta de principios universales a las acciones del Estado, también rechaza que un Estado se arrogue una superioridad moral con la que identificar su interés nacional, y de esta manera identificarse con leyes morales que rigen el universo. De aquí se deriva la importancia del interés definido en términos de poder al ser una salvaguardia contra lo que el propio Morgenthau calificó como un exceso moral.

El último principio del realismo político es el reconocimiento de la existencia e importancia de otros criterios distintos del político, pero que los realistas deciden subordinar al criterio político conforme a las exigencias que impone la esfera política. Esto supone el rechazo del planteamiento legalista-moralista que históricamente caracterizó a la corriente idealista, pues el realismo se fundamenta en el interés definido en términos de poder como rasgo definitorio del entorno internacional en el que el Estado se ve obligado a operar.

 

Conclusiones

 

A tenor de lo hasta ahora explicado podemos concluir que el realismo establece como unidad privilegiada de análisis el Estado. Juntamente con esto el realismo tiene como premisa antropológica que el ser humano persigue su propio provecho, esto es, la seguridad y el poder. Como consecuencia de esto la lógica que rige en la arena internacional es el interés definido en términos de poder, lo que dota de racionalidad a la acción de los Estados. Asimismo, la ausencia de un gobierno mundial que regule las relaciones de los países hace que el medio internacional sea anárquico, y que por ello impere la hostilidad y competición entre Estados debido a sus intereses contradictorios. En este contexto el interés nacional se define sobre todo por la seguridad, con lo que los Estados persiguen más poder para, así, garantizar su supervivencia y preservar su interés nacional. Por tanto, la eficacia en el terreno internacional se traduce en la supervivencia del Estado, lo que hace que sus acciones estén regidas, no por planteamientos morales abstractos, sino por el principio de eficacia a la hora de preservar el interés nacional, esto es, la consecución de poder.

 

Notas:

[1] Kjellén, Rudolf, Staten som Lifsform, Estocolmo, Hugo Grebers förlag, 1916

[2] Brown, Chris, Understanding International Relations, Houndmills, Palgrave, 2001, p. 29. Moure Peñín, Leire, “El realismo en la teoría de las relaciones internacionales: génesis, evolución y aportaciones actuales” en Arenal, Celestino del y José Antonio Sanahuja (coords.), Teorías de las Relaciones Internacionales, Madrid, Tecnos, 2017, pp. 66-68

[3] Voigt, Frederick A., Unto Caesar, Londres, Constable, 1939. Schwarzenberger, George, Power Politics, Londres, Cape, 1941. Wight, Martin, Power Politics, Londres, Royal Institute of International Affairs, 1946. Butterfield, Herbert, Christianity, Diplomacy and War, Londres, Epworth, 1953

[4] Niebuhr, Reinhold, The Children of Light and the Children of Darkness, Nueva York, Scribner, 1944

[5] Morgenthau, Hans J., Politics Among Nations: The Struggle for Power and Peace, Nueva York, Alfred Knopf, 1948

[6] Ídem, “La política entre naciones” en Hoffman, Stanley (ed.), Teorías contemporáneas sobre las Relaciones Internacionales, Madrid, Tecnos, 1972, p. 96

[7] Ibídem, pp. 91-92